Crónica 3 DE PALLASOS EN REBELDÍA DESDE PALESTINA
Esta es la primera crónica que escribo en los 5 días que llevo en Palestina y apenas veo el teclado por mor de la llorera incontrolada que me dio al despedirme de la gente del circo palestino. La despedida tuvo lugar luego de un intenso taller que demos en Hebrón, una ciudad palestina ocupada donde la población local tiene que compartir espacio con colonos armados y protegidos por ejércitos particulares que, al igual que en las películas del Oeste, tienen atemorizada a toda la sociedad civil.
La verdad es que con tanto trabajo, viajes, encuentros y sobre todo emociones desbordantes no encontraba ganas ni tiempo para escribir las crónicas. Creo que es la primera vez que tardo tanto en comenzarlas pero hoy, recluido en la parte trasera de la furgoneta y parapetado entre las mochilas de viaje y malabares, siento el vértigo que produce este país.
Hay algo esencial en Palestina, algo vital contra lo que la maquinaria nazi de los israelíes no puede. Estoy llorando ante un impacto nuclear que me genera un baño de realidad. Me siento como si me sumergiera en una piscina de magma en la que no llego a arder pero que quema por dentro mis entrañas.
La gente del circo palestino es la mejor metáfora de lo que la esperanza implica para el ser humano, personas que llevan las artes circenses al corazón del conflicto que es lo mismo que el propio corazón de la humanidad.
Todos hablan ante nuestras cámaras, todos tienen palabras que remueven nuestra alma. Uno habla del compañero de juegos que mataron en sus brazos y como la impotencia de no poder llevarlo a rastras a tiempo al hospital aún le persigue hoy. Otro habla de sus sueños como palestino y hombre de circo, sueños que suenan sinceros ante la cámara pero que están cargados de vida y resistencia.
Otro nos cuenta por qué va a tener un hijo en Palestina y va a criarlo ante tanta injusticia y violencia. La razón es tan hermosa como que el circo también es su hijo y no lo puede dejar abandonado, pero la que más me tocó el alma fue la mujer del circo palestino quien, cuando nos despedimos, me dijo que ella no tenía lágrimas para llorar.
Yo sí lloré. Lloré por todas y todos ellos, por su valentía, por ver cumplido el sueño de que vuelvan a su tierra, por ver cumplido el sueño de una Palestina sin violencia donde criar un hijo en libertad. También lloré porque algún día todos los niños palestinos puedan ser niños sin más. Lloré además para que llegue el momento en que mi amiga se permita llorar, pero en realidad lloré por la emoción de ver al ser humano, a un igual, ser capaz de levantar la bandera de la dignidad mientras a su alrededor el mundo se derriba poco a poco.
En este instante me viene a la cabeza un verso en árabe clásico que tallaron en la lápida de un guerrillero palestino: «No seré siervo de nadie porque no viviré más que una vez y lo haré con dignidad».
Lágrimas y risas que tiran muros interiores, que liberan cuerpos y espacios, que crean colchones de esperanza ante tanto terror e injusticia. Lloro, pero no dejo de reír, porque en el fondo sé que estamos abocados a la felicidad…
Fdo: Iván Prado, portavoz internacional de Pallasos en Rebeldía.